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Mensaje por Admin Jue 7 Jul 2022 - 14:45

Movilidad y conocimiento del espacio
Quizá uno de los aprendizajes más complejos para un niño ciego o deficiente visual sea conocer el espacio que le rodea y moverse por él de forma autónoma. Los sistemas sensoriales que puede utilizar son, indudablemente, menos apropiados que la visión para el conocimiento del espacio y la movilidad. Sin embargo, si se pretende conseguir la integración social real de una persona ciega en las diferentes etapas de su ciclo vital (infancia, adolescencia y también edad adulta), es necesario que ésta pueda desplazarse de forma autónoma y eficaz. Por tanto, los educadores y especialmente la escuela tienen un importante papel que realizar a la hora de cubrir las necesidades especiales de los ciegos en este área. Deberían ser los especialistas en orientación y movilidad, en colaboración con los padres y educadores, los encargados de entrenar estas capacidades desde las primeras etapas de la vida del niño. Existen algunos programas que pueden servir de ejemplo para el entrenamiento de estas capacidades en la primera infancia, como el diseñado por Jofee en 1988, cuyo objetivo es estimular al máximo el desarrollo motor y la movilidad de los niños ciegos. El programa se lleva a cabo en el domicilio del niño y son los padres, después de haber sido entrenados por un experto, los responsables del desarrollo de la intervención. Así, una vez que los padres han creado buenas expectativas sobre el desarrollo de su bebé, son entrenados para que interactúen al máximo con el niño en las diferentes situaciones de la vida doméstica utilizando canciones y juegos, durante el baño, las comidas, etc. Se les proporcionan también ejercicios para estimular el desarrollo motor y el conocimiento del propio cuerpo. Igualmente, los padres reciben instrucciones sobre la forma de ir enseñando progresivamente el espacio de su propia casa, creando ambientes atrayentes para el bebé ciego, identificando con estímulos apropiados las distintas habitaciones de la casa, y guiando al niño por ellas siguiendo siempre la misma ruta con la ayuda de descripciones verbales sencillas. Todo ello debe hacerse, si es posible, potenciando al máximo la visión funcional del niño. La llegada del niño a la escuela infantil ha ser el momento ideal para que los educadores, en colaboración con los especialistas de los equipos de atención temprana, establezcan las pautas educativas del niño en orientación, movilidad y habilidades de la vida diaria. Todo ello, por supuesto, dependiendo de las características del niño: tipo de deficiencia visual, estado actual del niño, historia familiar y educativa, etc. El objetivo es que consiga un nivel de autonomía similar al de los restantes niños de la escuela. Así es importante que el niño conozca el entorno del colegio, pierda el miedo a lo desconocido y, de esta forma, pueda jugar con los otros niños y participar en todas las actividades que se realicen en la escuela. Sería importante seguir una instrucción similar sobre el conocimiento del entorno cada vez que el niño cambiase de entorno escolar y se enfrentase por ello a un medio desconocido. Por tanto, cada vez que el niño deficiente visual cambie de escuela es necesario que reciba una instrucción adecuada a su edad y a sus características personales. En el periodo preescolar, es necesario el movimiento real del niño por las distintas rutas del colegio acompañado de un educador que, además, le proporcionase información verbal sencilla. A partir de los 7 u 8 años la instrucción en movilidad real se puede completar con la utilización de maquetas o juegos de construcción que representen los entornos y las rutas (Huertas, 1989). También es muy importante realizar programas sistemáticos de entrenamiento en el conocimiento de espacios más lejanos (el barrio o la ciudad) por los que el niño o el adolescente ciego, al igual que el vidente, ha de moverse en su vida diaria. Los técnicos de orientación y movilidad de la Organización Nacional de Ciegos (ONCE) suelen poner en marcha este tipo de programas con sus afiliados aproximadamente al llegar a la adolescencia. Se trata de un tema muy importante ya que, si se quiere conseguir que los ciegos estén perfectamente integrados en la sociedad, es necesario dotarles de las herramientas necesarias para que puedan ser autónomos e independientes. Las investigaciones llevadas a cabo sobre este tema permiten afirmar que, a pesar de los problemas que plantea el conocimiento del espacio lejano para las personas invidentes, pueden llegar a elaborar esquemas espaciales de entornos complejos que les permitan moverse y orientarse. Un estudio realizado con adultos ciegos (Espinosa, 1990) puso de manifiesto que tenían un esquema espacial de un entorno urbano tan grande y complejo como el de la ciudad de Madrid, funcionalmente equivalente al de los videntes, lo que les permitía realizar desplazamientos autónomos de forma segura y eficaz. Resultados similares se encontraron para el grupo de adolescentes, pero únicamente en aquellas áreas de la ciudad que les eran familiares. Estos resultados parecen indicar que las personas ciegas poseen capacidades básicas para moverse y orientarse en el espacio y que son capaces de recoger información procedente del mismo mediante una serie de sistemas alternativos (auditivo, táctil y cinestésico) que les resultan adecuados para elaborar esquemas espaciales funcionales. Por último, es preciso destacar la utilidad que los mapas táctiles pueden tener como ayuda para la orientación y movilidad de los deficientes visuales a partir de la adolescencia (Espinosa, 1994; Espinosa y Ochaíta, 1994). No obstante, se necesitan nuevas investigaciones que averigüen la cantidad y el tipo de información que deben incluir, las estrategias de exploración más adecuadas y su utilización conjunta con otro tipo de ayudas.

4.4 Relaciones con los iguales en la etapa escolar y en la adolescencia
La integración escolar de los niños y adolescentes invidentes no plantea problemas importantes desde el punto de vista del aprendizaje de los contenidos escolares. Sin embargo, en la etapa escolar y, sobre todo, en la adolescencia es preciso reflexionar sobre si la deficiencia visual puede originar algunas dificultades en el desarrollo afectivo y social de los niños. Sin duda, la falta de visión en sí misma no tiene por qué plantear dichas dificultades cuando los contextos en los que el niño se desarrolla (fundamental-mente la familia, la escuela y el grupo de iguales) le proporcionan la posibilidad de interactuar, sobre todo, con sus iguales. Como ya se ha dicho, tanto el entrenamiento en orientación y movilidad como en las habilidades de la vida diaria son fundamentales para que el niño y el adolescente puedan llevar una vida social semejante a la de sus compañeros videntes y estar verdaderamente integrados en la sociedad. En España existe una experiencia reciente dirigida a mejorar la integración social de los escolares con dificultades visuales severas. Se trata de un programa de intervención realizado con escolares de 8 y 10 años que, de acuerdo con las autoras, parece haber tenido resultados muy satisfactorios (Díaz-Aguado, Martínez Arias y Royo, 1995; Díaz-Aguado, Royo y García,1995). El programa, que se aplicó a los niños ciegos y a los videntes, tenía los siguientes objetivos: desarrollar una mejor comprensión de la ceguera y de las peculiaridades que a ella se asocian en los niños videntes, mejorar el auto concepto y la competencia social de los niños ciegos y mejorar las interacciones entre niños ciegos y videntes. Los resultados de este programa parecen indicar que se produce una mejora significativa de las habilidades entrenadas, tanto en el caso de los niños ciegos como en el de los videntes. Pero quizás este tipo de intervenciones sea más necesario en la adolescencia. Se trata ésta de una etapa de cambios físicos y psicológicos —cognitivos, afectivos y sociales— muy importantes. Las transformaciones que se producen en el organismo con la pubertad hacen que la imagen corporal del joven cambie de forma notable, pasando de la de niño a la de adulto. Por ello se encuentra en la situación de aceptar sus nuevas capacidades y necesidades sexuales, lo que le produce un importante efecto psicológico con un aumento en la toma de conciencia e interés por el propio cuerpo. Además, sus capacidades intelectuales le permitirán reflexionar sobre sí mismo y sobre los demás, criticar los modelos familiares y sociales y plantearse hipótesis sobre su propio futuro. Todo esto hará que cambien las motivaciones del adolescente y que se interese más por el cuidado de su propia imagen y por las relaciones con los compañeros. En la medida en que el adolescente sea una persona más segura de sí misma, independiente y con buenas relaciones afectivas y sociales, le resultará más sencillo afrontar estos cambios sin problemas.
En general, se puede afirmar que cuando los padres y educadores del invidente han sabido establecer las pautas educativas adecuadas (si han existido buenas relaciones de apego, si se ha permitido y posibilitado explorar y conocer el entorno que le rodea y si le han proporcionado las herramientas suficientes para convertirse en una persona independiente), no tendrían por qué presentarse problemas especiales con la llegada a la adolescencia. Algunos autores (Scholl 1986), consideran que la adolescencia puede ser una época particularmente difícil para los invidentes. Se trata de un período en que los chicos y chicas se organizan en grupos o pandillas que se caracterizan, entre otras cosas, por su homogeneidad en aspectos tales como la forma de vestir, los gestos y el lenguaje. En algunos casos, el joven y sobre todo la joven ciega o deficiente visual, puede encontrar ciertos problemas en la aceptación de su propia imagen, en su autoconcepto, en las relaciones con el grupo y en las relaciones con el otro sexo (Kent, 1983; Beaty, 1991). Por ello en esta etapa es fundamental que los compañeros y amigos comprendan al invidente y colaboren con él para facilitar al máximo su integración en el grupo. Esto puede producirse de forma espontánea o necesitar la intervención del orientador y el tutor. La escuela ha de fomentar y resaltar, también en la etapa educativa que corresponde a la adolescencia, la importancia de respetar las diferencias individuales y la riqueza que éstas aportan en las relaciones interpersonales.
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